Lo
primero que quiero hacer en estas líneas es darle las gracias a Lola Mariné por
haber conseguido emocionarme. Creo que desde que leí Juntos nada más de Anna
Gavalda, ningún otro libro me había conmovido tanto.
Confieso
que las dos primeras páginas despertaron en mí un sentimiento extraño, como si
hubiera iniciado la lectura de una redacción de aquellas que nos obligaban a
escribir en el colegio, con frases demasiado largas y palabras que parecían no
ocupar el lugar adecuado y que le daban a la narración un ritmo sospechoso,
cómo de no saber tú mismo si la
invitación a seguir leyendo iba a ser aceptada. Pero vaya que sí lo fue.
Salvadas esas primeras dudas me adentré ya en un camino sin retorno, la vida de
Billie, una mujer cubana casada prematuramente por amor y que, por razones que
no desvelaré, aterriza en España en los años ochenta.
No
quiero entrar aquí a hablar de la historia ni de los personajes, sino de la
extraordinaria capacidad de la autora de transmitir emociones a través de un
lenguaje que para mí raya lo sublime. Un lenguaje sin aristas, lleno de
matices, carente de florituras y de excesos, pero sobre todo, un lenguaje riquísimo
plagado de palabras preciosas, de esas que a uno le gustaría saber usar en
los momentos en que ella las usa pero que nunca te vienen a la mente excepto
cuando las ves escritas por personas que escriben literatura con mayúsculas.
Y
dicho esto, meterme en mayores divagaciones sería un desacierto por mi parte. No
es que recomiende esta novela, sino que creo que debería ser una lectura
obligatoria. Gracias otra vez Lola Mariné.
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